Al otro lado del mundo, entre los bombardeos y las trincheras que separan a Rusia de Ucrania, también se apagaron las vidas de cinco hijos de Sucre que jamás imaginaron morir en una guerra que no era la suya.
Deimer Luis Morato Ortega (Corozal), Luis Monterrosa Chamorro (Colosó), Sebastián Cerra Acosta (Toluviejo), Jesús Pérez (Majagual) y Jorge Bohórquez Garay (San Benito Abad) son los nombres que hoy resumen una tragedia compartida: la de los sucreños que se marcharon en busca de estabilidad económica y terminaron atrapados en una guerra ajena.
Entre 2022 y 2025, los cinco fueron reportados como fallecidos en territorio ucraniano. Ninguno de sus cuerpos ha sido repatriado. Todos quedaron en la llamada “línea de primera”, donde, según sus compañeros, es casi imposible recuperar los cadáveres por la intensidad del fuego cruzado.
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Una guerra que no nos pertenece
Desde el inicio de la invasión rusa en 2022, Ucrania ha reclutado combatientes extranjeros a través de agencias y contratos temporales. Entre 12 y 20 millones de pesos mensuales, más bonificaciones por misiones, es lo que se les promete a los voluntarios latinoamericanos. Algunos, exmilitares; otros, civiles que vieron en esa oferta una salida a la difícil situación económica en Colombia.
El primero en no regresar fue Jorge Bohórquez Garay, muerto en octubre de 2022, apenas tres meses antes de terminar su voluntariado. Este año, la historia se repitió con los casos de Monterrosa, Cerra, Pérez y Morato, quienes desaparecieron entre marzo y octubre, según reportes de sus propios compañeros de pelotón.
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La historia de Deimer
Para Danna Morato, hermana de Deimer Luis Morato Ortega, la incertidumbre se ha convertido en una condena.
“Deimer era muy querido, rebelde, sí, pero con un corazón enorme. Nunca imaginamos que se iría a una guerra tan lejana”, contó en un medio sucreño.
Deimer, exmilitar profesional, había dejado la vida castrense hacía una década. Trabajaba como vigilante y prestamista hasta que, en septiembre de 2025, recibió una oferta que le prometía reintegrarse “al Ejército”.
“Me dijo que viajaba a Bogotá para un proceso de reintegro. Pensamos que era aquí, pero en realidad lo enviaron a Ucrania. Todo fue rápido, sin explicaciones. El martes me llamó y dijo que al día siguiente volaba. Le rogué que no se fuera”, recuerda Danna entre lágrimas.
Semanas después, un compañero ucraniano la contactó por Facebook: “Me dijo que a mi hermano lo habían dado de baja”. Desde entonces, ninguna autoridad colombiana ni ucraniana se ha comunicado oficialmente con la familia.
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Reclutamiento y silencio
Según la hermana, en Bogotá operan agencias de “seguridad” que sirven como intermediarias entre el Ejército ucraniano y los colombianos interesados —o, como ella dice, “engañados”— en alistarse.
“Les prometen sueldos altos, pero cuando llegan allá, ya son propiedad del Ejército. No pueden decidir ni dónde van. A Deimer lo mandaron a la brigada 128, una de las más peligrosas. Nunca tuvo un entrenamiento real”, denunció.
La familia sospecha además que existen seguros de vida y contratos con cláusulas que las familias desconocen. “Esto es un negocio disfrazado de oportunidad”, dice con indignación.
Sin respuestas
Hasta la fecha, ni el Gobierno colombiano ni la Cancillería han ofrecido una respuesta formal sobre el paradero de los cuerpos o sobre los mecanismos de repatriación.
Mientras tanto, las familias sucreñas intentan aferrarse a la esperanza de recuperar los restos de sus hijos.
“Queremos saber la verdad. Si está muerto o vivo, dónde está. Si hay que ir a buscarlo, lo haremos, pero necesitamos respuestas”, suplica Danna.
Recientemente, el presidente Gustavo Petro hizo un llamado a los colombianos que combaten en Ucrania para regresar y no seguir siendo, como él lo dijo, “carne de cañón en una guerra ajena”.